miércoles, 13 de junio de 2012

Revista Sinécdoque Nº2 | "Cuerpos que importan (menos que otros)" (Escribe Sofía Luppino / Ilustra Carolina Pastorella)


Cuerpos que importan
(menos que otros)
Escribe Sofía Luppino
Ilustra Carolina Pastorella

“La iglesia dice: el cuerpo es una culpa.
La ciencia dice: el cuerpo es una maquina.
La publicidad dice: el cuerpo es un negocio.
El cuerpo dice: Yo soy una fiesta.”

Eduardo Galeano,
en “Ventana sobre el cuerpo”
Introducción

¿Qué cuerpos importan? ¿Qué crímenes son enunciables? Estas preguntas andan rondando mi cabeza desde el día 6 de marzo de 2010, día en el que muere fusilada Natalia Gaitán, víctima de la lesbofobia1 del padrastro de su novia, y víctima, también, de la lesbofobia de una sociedad cómplice, sexista y heteronormativa2.
Si bien el asesinato de Natalia es un caso extremo, lo tomo como punto de partida a la hora de reflexionar sobre la lesbofobia en una sociedad que –ley de matrimonio igualitario mediante- aún no  cuestiona la heterosexualidad obligatoria impuesta que incita, avala y ejerce un sinfín de violencias hacia todas aquellas personas que se apartan de la heteronorma.
Tomo el asesinato de Natalia como el ejemplo más burdo y extremo para pensar la lesbofobia. A su vez, me basaré en otro caso, ocurrido el 17 de septiembre de 2010 en Tucumán: el secuestro de una beba (hija de lesbianas) por parte de su abuela. Tomaré además las escasas cinco notas aparecidas en un medio masivo de comunicación sobre el asesinato de Natalia (cuatro en Página 12 –o sus suplementos- y una en Clarín) y tres notas sobre el secuestro de la hija de Soledad y Natalia, ambas en P/12. No pretendo realizar un análisis semiótico en relación a las notas aparecidas en los medios, pero si resultará interesante ver cómo titulan y subtitulan las notas y ver qué palabras se eligen para representar lo no- representable, hablar de lo que nadie quiere hablar, partiendo de la consideración de que las palabras también son una forma de acción.
En una sociedad que continúa siendo desigual en términos de género, cuyos vínculos se encuentran fuertemente atravesados por esas relaciones genéricas de poder, pensar y problematizar la lesbofobia como una de las maneras en las que se expresa dicha desigualdad se vuelve un ejercicio necesario. La lesbofobia es un hecho político, se instala en nuestros cuerpos que también son políticos, y genera efectos políticos, tales como la dominación o la sumisión, el terror, el miedo que nos condena al silencio. Resulta inevitable traer la memorable frase de la teórica feminista Monique Wittig (1978) “las lesbianas no son mujeres”, pero para preguntarnos qué lugar ocupa una lesbiana en la sociedad, qué lugar ocupan todas aquellas identidades de alguna manera disidentes frente a la Norma Sexual (la heterosexualidad).
Es necesario hablar de lesbofobia.
Es necesario escapar del silencio, porque el silencio también puede ser igual a muerte (Romero, García Dauder y Bargueiras Martínez, 2005: 32).
En este recorrido, la teoría de género me servirá como punto de partida, como enfoque y como punto de vista a la vez, para armar un marco teórico que permita ahondar en la lesbofobia como una de las formas –naturalizadas- de violencia en la que se expresa la desigualdad de género.
Resultarán de interés conceptos tales como género y subalternidad, que funcionarán como articuladores a lo largo del trabajo. También será fundamental la conceptualización de la teórica Gayle Rubin sobre el sistema sexo-género, al igual que la definición de matriz heterosexual planteada por Judith Butler. En esta línea, tomaré como eje central para el desarrollo del tema el sistema de relaciones desiguales de poder (en términos de género) y la relación de complementariedad y complicidad entre el patriarcado –definido por Celia Amorós como “una especie de pacto interclasista por el cual el poder se constituye propiedad exclusiva de los hombres” (Amorós, 1994: 27) y la heterosexualidad obligatoria.

Vos también gatillás un poco…3

“Tengo cicatrices de risas en la espalda (…)”
Pedro Lemebel
(1986)

El asesinato por lesbofobia de Natalia Gaitán, ocurrido el 6 de marzo de 2010 por parte del padrastro de su novia, Daniel Torres, es un símbolo más de la violencia sexista imperante en nuestra sociedad. Puede que la muerte sea el ejemplo más extremo, pero no por eso menos real, no por eso menos representativo de las violencias cotidianas a las que debemos enfrentarnos lesbianas, travestis, trans, intersex, homosexuales y todxs aquellxs que nos escapamos de la “norma”, de la hétero-norma que la sociedad y sus instituciones pretenden imponernos desde antes del nacimiento, desde el momento en el que se establece que “si tiene pene, es VARON”, “si tiene vagina, es MUJER”. Desde el momento en el que deciden que seamos eso que deberíamos ser.   
El asesinato de Natalia se hizo conocido porque hubo una madre que salió a gritar que a su hija la mataron por lesbiana, enfrentando el silencio al que incita una sociedad cómplice y heterosexista4, que avala por acción o por omisión las violencias hacia las mujeres y hacia las personas LGTTTBI. Frente a esto, resulta inevitable pensar en cuántos crímenes más habrán naufragado, cuantos casos de lesbofobia se han callado, cuantos cuerpos no nos han importado porque de sus desapariciones nadie se enteró. La lesbofobia actúa como síntoma de la intolerancia de una sociedad que asume el deseo heterosexual como natural, calificando a todxs lxs que nos apartamos de ello como “anormales”, patologizando nuestros deseos, nuestras vinculaciones amorosas y/o eróticas, nuestras elecciones de vida, nuestras familias. En este sentido, problematizar la relación de complementariedad entre el patriarcado y la heterosexualidad obligatoria es primordial: pensar en la construcción de un imaginario social y cultural que establece –de manera implícita y explícita- que habrá cuerpos que importen más que otros, y en esa línea, crímenes que son enunciables frente a otros que no lo son (ante los cuales la respuesta generalizada es el silencio, la no-reacción). Como plantea Gayle Rubin, se trata de una parte de la vida social en donde se sitúa la opresión hacia las mujeres y las minorías sexuales, que la autora denomina “sistema sexo-género”. David Córdoba García define a dicho sistema, citando a Rubin, como “un dispositivo o tecnología de producción de sujetos humanos diferenciados en hombres y mujeres para la reproducción de un sistema de poder desigual y/o explotación” (Córdoba, Sáez y Vidarte, 2005: 102). Pero para que la reproducción de dicho sistema se mantenga vigente, es necesario que exista una matriz que la asegure, la que optamos llamar matriz heterosexual y que es definida por la teórica Judith Butler como una rejilla de inteligibilidad cultural a través de la cual se naturalizan cuerpos, géneros y deseos (Butler, 1999: 53). Esos cuerpos y esos deseos son, por supuesto, heterosexuales, porque no se concibe que puedan ser de otra manera. En este sentido, Gayle Rubin plantea que el género es una división de los sexos socialmente impuesta, producto de las relaciones sociales de sexualidad (…) transformando a “machos y hembras” en “hombres y mujeres” (Rubin, 2000: 38). La división binaria de género, la oposición “hombre/mujer” resulta necesaria para la heterosexualización del deseo, para la constitución de la idea por la cual dos mitades incompletas deben complementarse con un otro, “su” otro, es decir, “el género opuesto”. Dentro de esta estructuración, la posibilidad de que dos “partes iguales” puedan unirse resultará, por lo menos, antinatural. Y sobre esta base es que se edifica todo un sistema jerárquico de estratificación sexual, que evalúa los actos sexuales y que –finalmente- avala y justifica las agresiones y violencias hacia quienes no viven su deseo de acuerdo a lo socialmente establecido como válido, como ocurrió con Natalia y como seguramente habrá ocurrido con tantas otras que no podemos nombrar, porque no las vimos. Tal como explica Gayle Rubin (1989: 140): “Según dicho sistema, la sexualidad “buena”, “normal” y “natural”sería idealmente la heterosexual, marital, monógama, reproductiva y no comercial. Sería en parejas, dentro de la misma generación, y se daría en los hogares. Excluye la pornografía, los objetos fetichistas, los juguetes sexuales de todo tipo y cualesquiera otros papeles que no fuesen el de macho y hembra. Cualquier sexo que viole estas reglas es “malo”, “anormal” o “antinatural”. El sexo malo es el homosexual, promiscuo, no procreador, comercial o el situado fuera del matrimonio”.
Aquellas historias que se salen de la norma aterran, porque se salen de los límites impuestos, los sobrepasan, se escapan y, por ende, atentan contra la idea de un origen, de una naturaleza, de una determinación. Intranquilizan porque desbordan las certezas y ponen al descubierto que ese deseo “natural” no es tal, que no existe más que una construcción social con un único fin: la reproducción de un sistema de dominación, de relaciones desiguales de poder. Frente a esto, la forma de accionar por parte de una sociedad patriarcal, sexista y heterocentrada, es la violencia, manifestada de formas diversas: la muerte por fusilamiento es claramente un extremo, pero las humillaciones, los silencios obligados, los insultos, los despidos, la indiferencia, entre tantas otras, son las balas cotidianas que atraviesan las vidas de todxs lxs que no nos ajustamos a los criterios de la “norma”, que no seguimos el mandato heterosexual.


Se trata de lesbofobia5

“El machismo, la lesbofobia, la transfobia,
la utilización política y económica  de la pandemia del sida
son armas de destrucción masiva
que han provocado muchas violencias y muchas muertes”
en "El eje del mal es heterosexual" (2005)

Natalia y Soledad fueron la primera pareja de lesbianas casada en el interior de Tucumán luego de sancionada la Ley 26.618 de Matrimonio Igualitario. El 17 de septiembre de 2010, la hija de ambas fue secuestrada por Noemí, la madre de Soledad, bajo el pretexto de que “no quería que su nieta se criara en un ambiente de lesbianas”. Frente a la indiferencia de la policía, donde no quisieron tomarle la denuncia, y de la Justicia, la pareja recurrió a una ONG  (Crisálida) que atiende a personas que han sufrido discriminación por causa de su orientación sexual o su identidad de género. La beba estuvo separada de sus madres por aproximadamente un mes, cuando, nota en Página 12 mediante, las cuestiones legales empezaron a agilizarse, al ver que el caso comenzaba a hacerse público, que el silencio dejaba de dominar la situación para ser ocupado por voces que dejaron de callarse ante la lesbofobia.
La lesbofobia hace estragos en nuestras vidas. Sus manifestaciones van desde la negación sistemática de la existencia, la compulsión a la mudez, la violencia del insulto, las miradas amenazantes o reprobatorias, los golpes y violaciones, el temor a perder la tenencia de lxs hijxs (…) hasta el asesinato liso y llano6. Soledad y Natalia fueron invisibilizadas, negados sus derechos como familia y como madres, por parte de una justicia sexista, lesbófoba, violenta. El de ellas es otro caso-ejemplo de la lesbofobia cotidiana: se les niega la existencia, desde el momento en el que no les toman la denuncia, desde que un juez de “Paz” intenta convencerlas, con la impunidad que le brinda un sistema heterocentrado, de que dejen a la beba con su abuela “para que no se críe en un ambiente degenerado, y no entre en trastorno psicológico” (Vallejos, 2010). Con esto volvemos a la pregunta inicial ¿qué cuerpos importan? De tratarse de una pareja heterosexual, la niña en pocos días hubiera vuelto a estar con su familia. Pero acá se trató de lesbianas. De una familia de lesbianas. Y se trata de lesbofobia. Como establece Gayle Rubin “el sistema de estratificación sexual proporciona víctimas fáciles que carecen de poder para defenderse y un aparato preexistente para controlar sus movimientos y restringir sus libertades. El estigma contra los disidentes sexuales los convierte en moralmente indefendibles” (1989: 165).

Con lo expuesto hasta aquí, es posible ver de dos maneras diferentes cómo opera la lesbofobia en una sociedad regida por un sistema sexo genérico que heterosexualiza el deseo, apoyándose en una matriz heterosexual que lo avala, que le asegura su reproducción y que le brinda impunidad para actuar contra lxs disidentes sexuales, por ejemplo, negando nuestros derechos.
 Resulta interesante, en este punto, el concepto de subalternidad desarrollado por Gayatri Spivak (1998), para quien el sujeto subalterno sería aquel que se halla sometido a un poder a cuyo acceso se encuentra negado. El sujeto subalterno, según Spivak, no es sujeto de enunciación: se integra a la matriz, siempre habla por la voz de aquel que lx oprime, encontrándose impedidx de construir un discurso por fuera de esta condición. A partir de Spivak, entendemos que la subalternidad da cuenta de la diferencia sexual, y que esta solamente se entiende bajo el dominio de lo masculino, tal como establece el sistema sexo genérico, produciendo sujetxs diferenciadxs que reproducirán a su vez el régimen de relaciones desiguales de poder, asegurando su eficacia y su vigencia en el tiempo. El planteo de la autora resulta de interés a la hora de reflexionar en torno a la invisibilización de las lesbianas, como sujetxs subalternxs, y también, para pensar, en el caso particular de Natalia y Soledad, en una ley establecida y que rige según los parámetros del sistema sexo género, del patriarcado, para pensar, también, en una justicia sexista y heterocentrada que se expresa de manera violenta, invisibilizando, negando derechos y desoyendo aquellas voces que no están autorizadas a hablar, por no ser consideradas sujetxs de enunciación.
A partir de lo ocurrido con la hija de Natalia y de Soledad es posible ver que, si bien la Ley de Matrimonio Igualitario es un paso esencial para la adquisición de derechos, esto no asegura bajo ningún punto de vista que dejarán de existir la lesbofobia, la discriminación o la violencia. Se trata, como establece Marta Lamas (1999:50), de cuestionar la heterosexualidad como la “forma natural”  alrededor de la cual surgen desviaciones “antinaturales”. Mientras esto no ocurra, las violencias cotidianas seguirán formando parte de nuestras vidas e inscribiéndose en nuestros cuerpos.

Las palabras tienen sexo
“El silencio es el nudo de las vidas lesbianas.
Callar o hablar delimita en cada momento las posibilidades
que se habilitan o clausuran para nuestra biografía”
7

Resulta de interés ver de qué manera titulan ambos casos en las notas seleccionadas.
De la lectura de las cinco notas sobre el asesinato de Natalia Gaitán, podemos leer: “La discriminación que también mata”, “Blanco fácil”, “Se trata de lesbofobia” y “Justicia para Natalia Gaitán”. En la nota aparecida en Clarín, titulan “Asesinó a la mujer que estaba de novia con su hijastra de 16 años”.
Con respecto al secuestro de la hija de Natalia y Soledad, las notas titulan “Violencia familiar”, “La abuela que raptó a su nieta” y “La lesbofobia tiene patas cortas”.
Como planteábamos al inicio, se parte de la consideración de que las palabras constituyen fuerzas de acción, calando profundamente y generando sentido en quien lee y quien escucha. Que se esté hablando de lesbofobia en un medio de comunicación, cuando la palabra no aparece ni siquiera en un diccionario como el de la Real Academia Española (diccionario hegemónico por excelencia)  , no es menos que positivo, sobre todo si pensamos que cotidianamente se suele englobar cualquier tipo de manifestación fóbica hacia una identidad sexual no heterosexual bajo la palabra “homofobia”, lo que continúa invisibilizando nuestra existencia, ya sea como lesbianas, trans, travestis o intersex.

Como afirma Mijail Bajtín, citado por Leonor Arfuch (2002: 26): “el lenguaje es esencialmente ajeno, su densidad significante está hecha de siglos de historia y tradición (…) de otras voces que casi han dicho todo antes que tenga lugar la  propia” enunciación. No habrá entonces (…) un enunciado (…) sino más bien una pluralidad de voces ajenas –polifonía- que habitan la “propia” voz”.

Es interesante para pensar en la inclusión de “otras voces” ver en el suplemento SOY de Página 12 el texto “Se trata de lesbofobia”, escrito por una Colectiva Editorial de Lesbianas y, sobre todo, considerando que siempre es la heterosexualidad la que habla por la homosexualidad –como lo vimos en la discusión por la Ley de Matrimonio Igualitario-. Esto nos lleva a pensar en el planteo de Bajtín acerca del dialogismo que, como presencia protagónica del otro en mi enunciado, invierte los términos de toda concepción unidireccional, unívoca, instrumental de la comunicación (Bajtín en Arfuch, 2002: 27).
Judith Butler plantea que “…hemos visto que el efecto sustantivo del género se produce performativamente y es impuesto por las prácticas reglamentadoras de la coherencia de género. (…) el género resulta ser performativo, es decir, que constituye la identidad que se supone que es. En este sentido, el género siempre es un hacer” (Butler, 1999: 84).  Haciendo un paralelismo, podríamos pensar que las palabras también forman parte de un hacer y que por repetición construyen un imaginario que contribuye en la reproducción de la violencia, el heterosexismo, la xenofobia, etcétera. No es ingenuo que se hable de “homofobia” en lugar de “lesbofobia”, o de “crimen pasional” en lugar de “femicidio”. Parafraseando a Marina Yagüello (2010), el dominio del habla, de la palabra significante, asertiva, funcional, es por consiguiente un instrumento masculino de opresión, de la misma manera en que en otras ocasiones es un instrumento de opresión de la clase dominante.
Sin embargo, tampoco se trata de creer ingenuamente que por leer la palabra “lesbofobia” en un medio de comunicación se soluciona el tratamiento heterosexista y androcéntrico de la información, si no de pensar en que la posibilidad de inclusión de otras voces, otras miradas (no hegemónicas, subalternas) puede contribuir a la desnaturalización de los hechos que, ocultando su carácter de representación, se nos presentan como naturales.


Conclusiones

“Creo en mi corazón, el que yo exprimo
para teñir el lienzo de la vida...”
Gabriela Mistral

“Hay tantos niños que van a nacer
Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar”
Pedro Lemebel

En los dos casos tratados a lo largo del trabajo podemos ver cómo se expresa la lesbofobia en nuestras vidas cotidianas, funcionando como mecanismo de un sistema sexo genérico de producción de sujetxs que patologiza los deseos y vinculaciones eróticas y amorosas de todas aquellas personas que se encuentran –de manera permanente o transitoria- por fuera de la norma heterosexual.
Como reza un viejo lema feminista, nuestros cuerpos son campos de batalla y sobre ellos se inscriben todas aquellas violencias que internalizamos durante nuestras vidas, violencias producidas, avaladas y fomentadas por un sistema hetero-patriarcal de estratificación sexual que nos excluye, nos silencia, nos discrimina, nos niega, nos mata. Por esto y por mucho más es que se vuelve necesario, como planteábamos al inicio del trabajo, hablar de lesbofobia, llamar a las cosas por su nombre. Se trata de dejar de formar parte de términos universalizantes que no hacen otra cosa que invisibilizarnos, silenciarnos, negar nuestros derechos y negar nuestra existencia, no solo física, sino también política.
En relación a la pregunta con la que inicié este trabajo (¿qué cuerpos importan?) se puede establecer que existe una jerarquía claramente diferenciada, una línea demarcatoria entre “lo normal” y lo “anormal”, lo “malo” y lo “bueno”, una frontera cuyo mantenimiento se vuelve necesario a la hora de la reproducción de las relaciones desiguales de poder. Resulta, por lo tanto, indispensable abordar la lesbofobia como un problema estructural en cuya base subyace un sistema de dominación.
Es fundamental aclarar que se tomaron en total –entre el caso de Natalia como el de Soledad y Natalia- 8 notas, porque los hechos no aparecieron en prácticamente ningún medio escrito. Como sostuve a lo largo de todo el trabajo, este no es un dato menor: se trata del establecimiento, por parte de un sistema de jerarquías y privilegios, de una frontera entre aquello enunciable y aquello que no lo es, entre lo representable y lo no representable. Es por esto que continúo insistiendo: se debe hablar, se debe gritar, se debe nombrar. Tal como establecen lxs autorxs en la introducción de “El eje del mal es heterosexual”: “es necesario (…) hablar de homofobia, lesbofobia y transfobia cuando se habla de racismo y cuando se habla de sexismo y de clasismo y cuando se habla de precariedad laboral. Hablar del terror de miradas violentas, humillaciones e insultos violentos, silencios violentos (…) la indiferencia y el silencio; el terror de las instituciones insensibles y reproductoras de agresiones homófobas y tránsfobas; el terror de interpelaciones cotidianas y violentas que se creen legítimas bajo una matriz heterosexual, blanca y ciudadana que las ampara” (Romero Bachiller, García Dauder y Bargueiras Martínez, 2005: 55).

Natalia Gaitán es hoy, paradójicamente, el ejemplo “más vivo” que tenemos a la hora de hablar de lesbofobia, y el suyo es un crimen que no podemos dejar de pensar ni de nombrar como un crimen político, porque se inscribe en un cuerpo, porque ese cuerpo es suyo y es de todas las que sufrimos alguna vez las balas de la lesbofobia. Es un crimen político desde el momento en el que un hombre, bajo la seguridad que un sistema patriarcal y heterosexista le brinda, se siente con la suficiente impunidad como para disparar y matar. Porque, como sostiene Pierre Bourdieu: “el orden social masculino está tan profundamente arraigado que no requiere justificación: se impone a sí mismo como auto evidente, y es tomado como ‘natural’ gracias al acuerdo ‘casi perfecto e inmediato’ que obtiene de, por un lado, estructuras sociales como la organización social de espacio y tiempo y la división sexual del trabajo, y por otro lado, de estructuras cognitivas inscritas en los cuerpos y en las mentes (…)” (Bourdieu en Arfuch, 2002: 40)
Por otro lado, hemos visto que el manejo de la información y la utilización de las palabras se vuelven poderosas herramientas, fuerzas de acción, instrumentos de sentido a la hora de comunicar.
La utilización de unos términos en lugar de otros nunca es ingenua, por lo que pensar la idea de dialogismo que propone Bajtín, la inclusión de otras miradas se vuelve un desafío interesante para quebrar la lógica heterosexista y androcéntrica con la que se trata y se maneja la información circulante.
Se trata de incorporar a lxs protagonistas de las historias, de incorporar sus voces,  para que el lenguaje deje de ser algo ajeno y podamos hacerlo carne, apropiárnoslo, para dejar de ser hablados/as y pasar a hablarnos, transformándonos a nosotrxs mismxs como sujetxs de enunciación.

Post Scriptum

El día 26 de julio de 2011 comenzó en la ciudad de Córdoba el juicio al asesino de Natalia Gaitán, Daniel Torres. Fue condenado a 14 años de prisión. En los fundamentos del juicio, no aparece la palabra “lesbofobia”: para el fiscal Fernando Amoedo sólo hubo violencia de género y no puede comprobarse que se tratara de “discriminación por preferencia sexual”.No es de mi interés realizar un nuevo análisis8, pero si considero que resulta importante, para finalizar el artículo, traer aquí la pregunta por lo decible, lo nombrable, lo representable y volver a la pregunta que inició este trabajo: ¿qué cuerpos importan?



Notas
1 Entiendo al concepto de lesbofobia como “fobia que no solo se manifiesta en el odio a aquellos cuerpos construidos socialmente como mujeres, que expresan una atracción física/erótica por otra mujer sino también en el rencor que despierta el desplazamiento de los estereotipos, tal como lo plantean desde la Colectiva Editorial Baruyera.
2 Me baso en el concepto de heteronormatividad, definido por Mario Pecheny como “el principio organizador de las relaciones sociales, política, institucional y culturalmente reproducido, que hace de la heterosexualidad reproductiva el parámetro desde el cual juzgar la variedad de prácticas, identidades y relaciones sexuales, afectivas y amorosas”. (Pecheny, Figari y Jones, 2010: 14).
3 Frase adoptada luego del asesinato de Natalia en el blog creado para denunciar la lesbofobia: http://bastadelesbofobia.blogspot.com
4 Entiendo al heterosexismo como la actitud que indica discriminación y prejuicio contra personas LGTTTBI, que engloba creencias y actitudes, y que se relaciona de manera directa con las nociones esencialistas y binarias de género que establecen rasgos asociados a la masculinidad (el varón) y la feminidad (la mujer).
5 Colectiva Editorial Baruyera (2010): “Se trata de lesbofobia”. En diario Página 12 (Buenos Aires, Argentina). Edición del 19 de marzo de 2010.
6 Comunicado “Fusilada por lesbiana”, en http://bastadelesbofobia.blogspot.com
7 Colectiva Editorial Baruyera (2010): “Se trata de lesbofobia”. En diario Página 12 (Buenos Aires, Argentina). Edición del 19 de marzo de 2010.

Para más información, ver las Crónicas del juicio, por Fabiana Tron para RimaWeb en http://www.rimaweb.com.ar/archivo/articulos/columnas/fabiana-tron/

Bibliografía
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