lunes, 6 de febrero de 2012

Revista Sinécdoque Nº2 | "Controlar la muerte" (Escribe Maia Vargas | Ilustra eme-dé)

CONTROLAR LA MUERTE
Escribe Maia Vargas
Ilustra eme-dé


“El sueño de la razón
produce monstruos”

Goya

Mi colección de suicidios comenzó el día en que me contaron el suicidio del artista plástico argentino Alberto Greco. Éste fue conocido por sus intervenciones en la calle, por su manifiesto del Arte Vivo, por su estilo provocativo y por su particular suicidio. Un día de 1965, Greco avisó a varios de sus amigos que iba ir a suicidarse a Barcelona. Como era de esperar, y tomado de quien venía, nadie le creyó. Pero, efectivamente, el artista concretó su propia muerte allí. El suicidio de Greco fue un gesto artístico premeditado. Greco murió como vivió, ya que mientras la sobredosis de barbitúricos que había consumido comenzaba a hacer su efecto, escribió sobre la palma de su mano izquierda la palabra Fin, y sobre la pared “Esta es mi mejor obra”.
El impacto de esta historia hizo que comenzara una colección de suicidios, y -Google mediante- conservo un preciado archivo de Word en el que figuran varios suicidios que por alguna razón consideré “originales” o interesantes.
Mi interés en el suicido no reside en aquellos que responden a -o son considerados como-  componentes de locura, depresión, sinrazón o pasión, sino más bien a aquellos suicidios que son un evento planificado y premeditado, intencional y calculado. La mayoría de éstos responden -quizá sin saberlo- a una decisión política, a un ir contra el “deber ser”, el mandato social. Y de esta forma, se convierten en un atentado contra la ilusión de que la sociedad genera un ambiente de convivencia armoniosa.
La sociedad occidental censura al suicidio y lo castiga, ya que se lo considera un acto anti-productivo, autodestructivo, antisocial e inmoral. Pero sin embargo, el que alguien decida matarse ocurre y es producto de aquella misma sociedad que promueve una educación que invoca el “amor a la vida” y homologa al suicidio al pecado y pasaje sin escalas al infierno. A pesar de todo esto nuestra sociedad da lugar -¿en los márgenes?- a una cantidad de casos anómalos -¿sintomáticos?- de quienes deciden quitarse la vida y, de este modo, deciden a la vez restarle todo el valor – ideológico, imaginario- que ésta presume tener.

El suicidio como atentado social

Según Durkheim en su obra El suicidio (1897), los suicidios son fenómenos individuales que responden  esencialmente a causas sociales. Esto se explica por el devenir de la Modernidad, con la creciente secularización, el Capitalismo, el individualismo, el pasaje del catolicismo al protestantismo, el pasaje de la teoría teocéntrica a la antropocéntrica, etcétera, etcétera. La combinación de todos estos fenómenos sociales da como resultado un ser humano que sufre en extremo desarraigo y desamparo. El proceso moderno y humanista de domesticación cultural lleva, entre otras cosas, a que el hombre niegue su animalidad en forma cotidiana, y así se crea una medida de humano totalmente alejada de la naturaleza. Esto genera constantes conflictos: las tensiones entre civilización y barbarie, naturaleza y cultura, instintos y leyes, chocan con nuestra existencia constantemente.
Para Durkheim hay cinco tipos de suicidio: el suicidio altruista es en el que existe una renuncia a favor de los otros. El sociólogo pone el ejemplo de los pueblos celtas, entre quienes llegó a ser honroso el suicidio de los ancianos cuando eran incapaces de obtener recursos por ellos mismos. Luego está el suicidio egoísta, que es típico de la sociedad moderna, ya que tiene que ver con un desarraigo, con la falta de integración en el núcleo social, con el individualismo extremo. El tercer tipo de suicidio es el considerado “anómico”. Con anomia Durkheim se refiere a la falta de normas  o incapacidad de la estructura social de proveer, a ciertos individuos, lo necesario para lograr las metas de la sociedad. De este modo, el suicidio anómico proviene del hecho de que la actividad de las personas está desorganizada, y esto les causa sufrimiento. El siguiente tipo, en cambio, se produce allí donde las reglas a las que están sometidos los individuos son demasiado fuertes para que éstos conciban la posibilidad de abandonar la situación en la que se hallan, por esto se lo denomina suicidio fatalista y sucede, por ejemplo, en una sociedad esclavista. Por último, está el llamado suicidio protagonista, el cual es típico de sociedades industriales. A este se lo concibe como aquel por el cual el individuo, influido por la desatención del grupo, trata de llamar la atención del mismo mediante un suicidio ostentoso.
Podemos ver cómo, en todos estos tipos de suicidios, es fundamental conocer la relación que se genera entre el individuo y la sociedad y ver cómo cada sociedad puede causar distintos tipos de relación con la vida y la muerte.

-Caso I -

Volviendo a mi colección de suicidios, un ejemplo que responde a ésta tensión extrema entre la sociedad y el individuo es el caso del primo de mi abuelo, Camilo Di Marco, quien se suicidó premeditadamente. Años antes había sentenciado “El día que tenga que depender de alguien… me mato” y cuando le diagnosticaron una grave enfermedad que lo dejaba inválido, hizo una gran fiesta en su casa con comida y bebida, y mientras todos festejaban, se degolló en su cuarto. Lo impresionante de este caso es que dejó todo organizado antes de matarse. Dejó una carta que anunciaba que esa fiesta era su velorio y que había dejado pagos todos los gastos, incluyendo su propio entierro. Además pedía que nadie llore por su muerte.
Esta muerte demuestra una visión de la vida reducida a lo utilitario. De este modo se justifica que cuando uno “no sirve más” ¿para qué seguir vivo?  La concepción del cuerpo que se esconde detrás de esta decisión es la del cuerpo como máquina. En el mundo capitalista “lo que no sirve se tira”, y Camilo Di Marco, al concebir su cuerpo como un objeto, como una máquina o herramienta, se siente “inútil” y decide su muerte. No es el dolor del cuerpo lo que lo llevó a la muerte, sino el peso y la vergüenza de ser “anti-productivo”. En él subyace una concepción no animista del ser, donde lo espiritual queda relegado a favor de lo material. La existencia como existencia puramente material, utilitaria, productiva. Surge preguntarse entonces: ¿Qué concepción tenemos de la vida? ¿La vida como un fin en sí mismo, o como un fin para otros fines? ¿Qué tipo de fines?
Podemos ver que en este caso el mandato de productividad fue tan fuerte que impuso sobre él una visión de la vida únicamente como “vida productiva” y que, al finalizar esa potencia de productividad técnica/laboral, su existencia ya no tenía razón de ser. Hasta su propia muerte, espacio sagrado para tantas culturas, esta persona tan tan tan civilizada (en el sentido que hace de esta palabra Norbert Elías), calculó, previó y organizó su muerte, e incluso gastó plata en ella, abstrayéndose de todo sentimiento místico que podría causarle la sensación de morir.

-Caso II-
“Si alguna vez lo llamaran para azotarlo, se produciría una escena tan humillante, que nunca más podría regresar al colegio, no le quedaría más remedio que suicidarse.”
Infancia, J. M. Coetzee

¿Por qué los humanos se suicidan? ¿Los animales se suicidan?
    Otro caso extremo, que puede llevar al suicidio a seres “híper civilizados”, es el específico de quienes, como describe Elías, sometidos al proceso de civilización- que se da por el paso de la coacción a la auto coacción- internalizan al extremo las leyes arbitrarias impuestas por la sociedad de turno. Éstos son seres con un grado mayor de “súper yo” y de vocación social, y muchas veces llegan hasta el punto límite en que prefieren la muerte antes que rozar la animalidad- “muerto antes que animal” parecen indirectamente decir-.
El niño de la novela de J. M. Coetzee prefirió morir a pasar vergüenza pública, así como mi tío abuelo, que prefiere morir antes de ser improductivo. Estos son ejemplos de suicidios que se dan por un “exceso de sociedad”. Por una subordinación del individuo a la sociedad. Entonces la sociedad, que debería ser un medioambiente para vivir, termina siendo un claustro, y genera una dependencia que provoca que muchos, antes que contradecirla, prefieran abandonar la vida, y por ende, liberarse de las ataduras de la sociedad, atentando contra las leyes que ella misma les impuso.
La conducta del suicida es, en cierto punto, anti-productiva e irracional, la parte irracional de lo racional, ya que causar tu propia muerte va en contra del mandato del sistema. Es una paradoja porque sólo alguien racional puede hacerlo, pero al hacerlo atenta contra lo racional de la sociedad y por eso se lo suele justificar como un acto de locura. De esta manera podemos ver cómo la extrema internalización de las pautas sociales termina siendo contraproducente y la sociedad termina volviendo sus propios vasallos en su contra.
El suicida que planifica su muerte rompe con el azar más inmenso y temible: el de no saber cuándo te llega la hora de morir. Y así logra no sólo controlar la vida, sino también la muerte, ese momento de entrega total del ser humano, ese momento en que no nos queda más remedio que ser pequeños y reconocer nuestra impotencia ante el universo. En este sentido cabe preguntarse: ¿Es el suicida alguien que decide su muerte? ¿O acaso alguien que es suicidado indirectamente por la sociedad? ¿Es alguien que busca el control, o justamente el liberarse de controlar?

-Caso III-


Como ya dijimos, el desarrollo de nuestra sociedad capitalista y occidental genera un alejamiento del ser humano de la naturaleza, se niega incluso toda relación de pertenencia con ella. En resistencia a esto surge la corriente filosófica romántica, que, desde el siglo XVIII, busca recuperar ese lazo roto. Esto también se manifiesta en ciertos tipos de suicidios a los cuales podríamos calificar de “románticos”, ya que parecen buscar la disolución del ser humano en el entorno natural. Un ejemplo de éstos puede ser la gran cantidad de casos que se observan de personas- mayoritariamente mujeres- que fueron a suicidarse a las Cataratas del Iguazú, en Misiones. Ya es costumbre que estas aguas reciban los cuerpos sin vida de personas que buscan disol- verse entre tanta voluptuosidad. Este gesto de elegir morir en un lugar de determinadas características naturales puede considerarse cómo un suicidio más pasional, impulsivo, pero no es de tal modo si se considera que, muchas veces, implica el ir especialmente a morir ahí. De hecho, la mayoría de los casos registrados en los últimos años fueron los suicidios de mujeres extranjeras: alemanas, japonesas, inglesas. Este tipo de suicidio “romántico” pue-de tomarse como un síntoma, aquella excepción que hace a la regla, al decidir morir en un lugar natural y buscar la unión a la naturaleza, la persona logra reunirse con lo que nos fue a-rrancado por la cultura humanista, en exceso racionalista.
Podemos ver entonces cómo la sociedad, a la vez que condena al suicidio, lo genera. Ya sea por falta de integración social, o por exceso de civilización, ya sea por el anhelo de un retorno a una sociedad distinta, o el deseo de una comunión con la naturaleza, los suicidios representan “desvíos” aparentemente no calculados por el engranaje y para los que el discurso social dominante no posee explicación más que considerarlo como “un acto individual y de locura”, y de este modo la sociedad se exime de la causa de éstas muertes, y así queda limpita y brillante, fingiendo que nada tiene que ver con la(s) muerte(s).

El suicidio como búsqueda de sentido

Los humanos necesitamos entender. ¿Por qué se suicida la gente? ¿Por qué se suicidó fulanito? Me pregunto por qué no puede alguien, simplemente, querer dejar de existir… ¿Por qué siempre tiene que haber una razón? (a la que generalmente consideramos críptica, rebuscada, escondida).
Entonces, si alguien se suicida, allá vamos, buscando la despedida, la carta, la justificación, la huella, aquella explicación causal que nos tranquilice. Y cuando algo no cierra, lo hacemos cerrar, mediante una fantasía ideo-lógica. Incluso el suicida, en su acto de abandonar su existencia, no puede, muchas veces, escapar a la necesidad lógica de otorgarle un sentido a su muerte.
Decidir morir es, en cierta forma, darle un sentido a la muerte, darle un sentido a aquello que no tiene sentido, a aquello que se nos escapa. Y de esta manera, y muy a contrapelo de lo que suele pensarse, el suicida demuestra una gran capacidad lógica-racional, y no un acto de locura o sin sentido.
Van Gogh pinta su inquietante obra Los cuervos y uno no puede dejar de preguntarse ¿sabía, cuando lo hizo, que esa sería su última obra? ¿Qué nos quiso decir con ella?
La fotógrafa Diane Arbus se entrega a una sobredosis de somníferos, y en su diario, abierto, deja escrita la frase “The last supper” aquel julio de 1971.
El filosofo André Gorz se quita la vida en conjunto con su mujer de toda la vida, y logra escribir con su pulso tembloroso su última disposición testamentaria: “Avisen, por favor, a la gendarmería”.
Despedidas. ¿Qué se dice en el momento del fin, cuando se tiene la clara conciencia de quien sabe que aquella es la última palabra la que va a producir? ¿Cómo se crea esa frase que posiblemente quede en la historia? ¿Cómo se decide acaso, tremenda responsabilidad? Quizás sólo sea necesario preguntarle a Pizarnik, quien en aquella habitación del séptimo piso, en el departamento “C”, junto a su cuerpo, dejó escrito en un pizarrón: “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”.







Notas
Diarios on line donde figuran casos de suicidios en las Cataratas del Iguazú:

Misiones On line:
http://www.misionesonline.net/noticias/14/04/2010/joven-se-suicido-en-la-garganta-del-diablo
http://www.misionesonline.net/noticias/15/06/2008/se-suicido-en-cataratas-una-turista-alemana

La Nación:
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=105134

DERF agencia de noticias:
http://www.derf.com.ar/despachos.asp?cod_des=193654&ID_Seccion=42



Bibliografía

Coetzee, J. M. (2010): Infancia.  Buenos Aires, Mondadori.
Durkheim, Emile (2004): El suicidio, Lozada.
Elías, Norbert (1987): “Historia del concepto de civilité” (apartado I del capítulo 2) en El proceso de la Civilización, México, Fondo de Cultura Económica.
Le Breton, David (2004): “El hombre y su doble: el cuerpo alter ego” y “El camino de la sospecha: el cuerpo y la Modernidad” en Antropología del cuerpo y la modernidad,  Buenos Aires, Nueva Visión.
Zizek, S. (1992): “¿Cómo inventó Marx el síntoma?” en El sublime objeto de la ideología, Mexico, Siglo XXI.

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