miércoles, 10 de agosto de 2011

Revista Sinécdoque Nº1 | "Témpanos" (Escribe Bárbara Duhau | Ilustra Erica Oshiro)

TÉMPANOS
Escribe Bárbara Duhau
Ilustra Erica Oshiro

Me tapé la boca y te eché una mirada fulminante. Tenías la barba recién crecida y tiritabas de a ratos, con espasmos que te sacudían el torso desnudo. Los pies descalzos, como azulados, se asomaban debajo de un jean rotoso. Las uñas te sangraban profusamente. Eras un asco: todo despeinado, con los pies sucios, las manos cortadas.
No me mirabas. Dejaste de temblar pero te rechinaron los dientes, como si el miedo y el frío tuvieran que escapar por algún lado.
Con una lentitud inquietante, te moviste. Arrastraste los pies desnudos sobre el piso de cerámica y me diste la espalda. Te miré mientras te sacabas el pantalón. La tela te rozaba la piel morada. El jean ajustado se aflojaba a medida que lo deslizabas por los muslos y las pantorrillas. La hebilla del cinturón hizo un ruido metálico al caer. Por primera vez, me miraste. Tenías los ojos tan abiertos. Apenas me viste giré la cara. No quería que supieras…
Abrí la caliente. El agua empezó a llenar la bañera. La luz de la vela te daba un aspecto patético. Eras un conejo asustado: las orejas aplastadas, los ojos aguados, la postura inmóvil. Sólo te faltaba el chillido lacrimógeno que satura los tímpanos.
Volviste a temblar. El vapor te envolvió un poco el cuerpo pero los pies siguieron fríos como témpanos. Te rocé la espalda con una mano. La tenía helada pero no te moviste. Te acaricié apenas, como con lástima. Después, pellizqué el elástico de tu calzoncillo, lo sostuve en el aire y lo solté.
Seguiste quieto como una estatua. Te bajé el calzoncillo despacio, con cuidado. Cayó a tus pies, cubriéndolos con la tela tibia. Y fue la primera vez que te escuché decir algo:
-Estás helada- dijiste.
Alargué el brazo y te toqué la mejilla. Estaba mojada, pero caliente, al revés del resto de tu cuerpo.
Metiste un pie en la bañera. Te tambaleaste un poco pero te sostuve en el aire con una mano. Te zambulliste entero y salpicaste agua caliente a tu alrededor. La vela se apagó dejándonos a oscuras. La negrura del baño nos sumergió en el silencio.
Lo último que vi fueron tus ojos de conejo, pero ahora encendidos. Tan blancos, que brillaban en la oscuridad del cuarto.


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